Un sí rotundo, firme y convincente.


Ante la pregunta de si queremos cambiar el mundo, la respuesta tiene que ser sí. Un sí rontundo, firme y convincente. Un sí siempre.

La respuesta tiene que ser sí, porque nadie vendrá a transformar esta sociedad en la que vivimos en un mundo mejor si no somos nosotros mismos a partir de nuestras posibilidades y nuestro ámbito de actuación. Al contrario de lo que muchos piensan, no es sólo una teoría ilusa.

Realmente se trata de una tarea urgente. Lo es porque se han perdido los valores y nuestra mirada está nublada. No conseguimos ver lo importante frente a lo urgente y nos hemos vuelto inmunes a la injusticia y la intolerancia. Es más cómodo no ver.

El silencio se convierte en el arma arrojadiza del 'Sálvese quien pueda', del 'que no me toque a mi', y de las miradas de reojo.

Tenemos un problema porque ya hace mucho tiempo que nos olvidamos de cómo se tendía una mano, nos olvidamos de escuchar, de observar, de parar y de aprender. Nacemos caprichosos y prepotentes, convencidos de que quien más habla es el que más sabe y al que más grita se le entiende mejor. Quien insulta se hace respetar y quien le sigue el juego estará protegido. Quien tiene más ropa tiene más clase y quien compra un GPS para el coche no estará jamás perdido.

A la pregunta de si queremos cambiar el mundo, la respuesta tiene que ser sí. Un sí rotundo, firme y convincente. Un sí siempre.

Sin perder de vista la realidad, bajo una perspectiva ámplia y cónica pero con grandes aspiraciones para poder superar pequeñas batallas perdidas.

Si me pides ayuda me sentaré a tu lado, si me pides dinero compartiré mi comida, si necesitas cobijo dormiré contigo en la calle y si sientes frío te abrazaré. Si te cae una lágrima yo la secaré, si me engañas lo habré intentado y si gritas acudiré. Así, cuando sonrías, será en parte un logro mío. Y yo, en ese momento habré cambiado el mundo. Mi mundo. Tu mundo.

A la pregunta de si queremos cambiar el mundo, la respuesta tiene que ser sí. Un sí rotundo, firme y convincente. Un sí siempre.
(FOTO: ROBERT MUÑOZ, Burkina Faso)

DÉJAME ESTAR CONTIGO

Déjame estar contigo.
Cuando el día no haya ido bien, cuando a tu rostro asome una lágrima, cuando crees que no hay solución posible.
Déjame estar contigo.
Ya no te ocultes más entre las sombras de la noche. No te confundas con la oscuridad.
Déjame estar contigo.
Déjame abrazarte, mirarte y admirarte. Déjame ver la luz de tus ojos, tu paz. Regálame tu sonrisa a pesar de los pesares.
Déjame estar contigo.
No me apartes de tu vida, de tus ilusiones y de tus amaneceres. Déjame acariciar cada poro de tu piel. Tus manos, tus labios.
Déjame estar contigo.
Cuando desesperen tus opciones, cuando tus alas se olviden de volar, cuando te estremezcas de miedo, de dolor.
Déjame estar contigo,
Si llegan las dudas, si te ahogas en tu propio mar, en tu cielo. Si necesitas un respiro.
Déjame estar contigo.
Quiero estar presente en tus logros y quien te espere al llegar. Quiero ser tu atardecer y quien te abrace al despertar.
Déjame estar contigo.
Déjame ser tus manos, velar tu noche. Quiero ser tu suspirar, tu caminar. Cuando todos se hayan ido…
Déjame estar contigo.
Déjame estar esta noche a tu lado, déjame hacerte feliz. Te regalo mi tiempo, mis sueños.
Déjame ser testigo.
Déjame estar contigo.

MARIPOSAS


¿Si fueses una mariposa de qué color te gustaría ser, mamá?. Fue la pregunta que Job me hizo nada más entré en su habitación. “Yo sería verde y rosa”, se apresuró a decir mientras se ponía las zapatillas. “Me parece que así sería la mariposa más bonita y todos me mirarían en el campo. Ves –continuó- mis zapatillas son verdes con una línea rosa y el despertador también es verde. ¿Ves, mamá? Cuando vayamos con el abuelo, a la casa de la montaña, buscaré una mariposa verde y rosa y la tendremos en el balcón”.
Me quedé parada un momento antes de seguir a Job por el pasillo. Si yo fuese una mariposa –pensé- sería gris.

UN ZOO PARA NACHO


La serpiente me quedó más gorda de lo previsto y no cabía en la cueva que había preparado para ella también de cartón piedra. Se me echaba el tiempo encima y cuando Nacho llegase tenía que estar listo el pequeño zoo que le prometí para su habitación. Amplié el orificio de la gruta y desplacé los árboles de plastilina en los que había instalado dos monos y un koala. Tuve que trasladar también la jaula de leones que hice con albal y cartulina. Y, finalmente, sujeté la trompa del elefante cuando, justo en ese momento, Nacho entró por la puerta. Tendríais que haber visto la ilusión que reflejaban sus ojos. Aunque mayor fue mi satisfacción porque había cumplido mi promesa.
(FOTO:DAMISELA)

TARDE

La mujer que había dentro de mi empezó a emitir reproches de impotencia al vacío mientras mis ojos se escandalizaban. A cada paso que avanzaba hacia su cama la imagen era más atroz. Nunca pensé que los temores de Sara pudieran confirmarse. Ayer se fue de mi casa asustada porque había discutido con su marido y yo le dije que lo hablara con él, que haber perdido las llaves de casa no era tan grave. Hoy, a la vez que me culpo de no haber estado a al altura, me acerco a una cama de hospital y ni siquiera la conozco.