LOS DÍAS EN QUE TE ECHO DE MENOS


Esa mañana no me tomé el Actimel, mi mecanismo de defensa se perdió entre los sueños de la oscura noche y no despertó conmigo. La tristeza y la nostalgía se apoderaron de mi hasta el punto de soltar mis manos de los agarres de mi vida y hacer que perdiese el equilibrio.
En esos casos, mi mecanismo de defensa suele darme motivos, con rapidez, para sonreír de nuevo y seguir adelante. Mi mecanismo de defensa detecta las lágrimas antes de que lleguen a ser visibles para los demas y me recuerda porque no debo llorar. Sin embargo, esa mañana, no llegó a tiempo. Confusa y perdida, me derroté a mi misma con mensajes catastrofistas que no hicieron más que acelerar el fin de la partida en mi contra. Las cosas no salieron como yo esperaba y no supe responder. No supe estar a la altura y eso duele, te hunde.
Mi mecanismo de defensa no llegó a tiempo.
Empecé a echar de menos con demasiada ansiedad, empecé a sentir frío y los pensamientos positivos no venían en mi búsqueda, no me ayudaban.
Estiré los brazos, casi sin fuerzas, mi mano se abría paso en la oscuridad buscando un punto de apoyo que me ayudara a levantarme, a sobreponerme, pero no encontré más que gelatina falta de solidez. Se deshacía entre mis dedos, dejándome caer de nuevo.
Y así de rápido, me sorprendí llorando. De un modo desesperado y contradictorio lloraba. Lágrimas desgarradas que me tranquilizaban a la vez que me hacían sentir más débil. No pude más que pensar que mañana sería otro día y esperar que fuese mejor. Un día en el que si al despertar no estabas tú, no te echase tanto de menos. (FOTO:M.C.MENENDEZ)

GALEOTO Y LA CAJA DE CERILLAS


Galeoto era un hipopótamo prepotente. Siempre se había dedicado a la fontanería, pues era este el negocio familiar. No tenía miedo a nada y eran varios los motivos que le llevaban a pensar que era el mejor, simplemente insuperable, a su juicio. Por una parte valoraba su gran tamaño: sabía que era difícil vencerle físicamente. Era un tipo con fuerza, no sólo por ser hipopótamo sino porque solía frecuentar en gimnasio, pasaba dos horas diarias allí después del trabajo sólo para aumentar bíceps y espalda, estaba orgulloso de su físico. Por otra parte, no tenía miedo a la oscuridad. Consideraba que este hecho era una gran ventaja que le permitía defenderse tanto de noche como de día, tanto con luz como sin ella. Trabajar en la fontanería le había enseñado a estar dentro de tuberías, bajo tierra y desarrollar su trabajo con luz tenue o incluso en la oscuridad. Se sentía Dios y despreciaba a los demás. No había aprendido de nadie a ser humilde, sus padres lo eran, su familia lo era, pero no le enseñaron la importancia de no comparar siempre con ventaja.
Un día, Galeoto despertó en la oscuridad. Por más que tocaba en la pared no había interruptor, ni siquiera era su habitación. No sabía dónde estaba….intentó girarse un poco para incorporarse, haciendo la acción de cuando te levantas de la cama, pero fue absolutamente imposible, no tenía movilidad porque se encontraba en un cubículo verdaderamente pequeño. Estaba prácticamente encallado entre cuatro paredes de una especie de duro cartón que no podía romper con las piernas al no tener espacio para coger fuerza. Durante un par de minutos estuvo intentando ubicarse pero posteriormente comenzó a ponerse nervioso. No sabía dónde estaba, ni cómo salir de allí y el aire no le sobraba, se estaba agobiando. Así, pasaron no más de 10 minutos y Galeoto estaba prácticamente desesperado hasta el punto de comenzar a gritar, con una voz que oyó sin fuerza, ahogada. De repente le susurraron al oído. “No te preocupes, puedo ayudarte”. De nuevo, inútil y torpemente, intentó girarse. No lo consiguió. Se vio obligado a esperar…..
A los pocos segundos…..’Chass’ se abrió una pequeña luz y de reojo pudo ver una sombra que revoloteaba, como podía, a su alrededor. Una diminuta cosa, apenas nada, pero con vida. Poco a poco, las paredes de los lados empezaron a moverse y a retirarse, hasta que por fin, pudo ver la luz, respirar e irse incorporando. Se sentía turbado, perdido pero también decepcionado, sobre todo, por la rotura del mito. Se había dado cuenta de que no era invencible…..El pequeño ser era Gaya, una pulga, prácticamente inexistente, a juzgar por su tamaño.
- Hola –se presentó- no sé cómo has acabado ahí, pero estabas en mi casa. Cuando se acabaron las cerillas, me quedé la caja para vivir en un lugar fijo y cálido.
- Hola, gracias….yo tampoco sé cómo ha ocurrido, pero muchas gracias.

Galeoto dio las gracias por inercia y hasta con rabia. Alguien mucho más pequeño acababa de salvarle la vida. Aprendió algo que la fontanería no le había enseñado en su vida. Cada aspecto, circunstancia y situación en la vida, tiene siempre sus ventajas y sus desventajas. Las veamos o no, están. Siempre.
Recordaré siempre a un profesor que tenía cuando era más pequeña, que me decía que, por más bueno que seas en algo, siempre habrá alguien mejor que tu.