HAITÍ

Estoy precupada porque creo que mi sensibilidad mengua con los años y me niego a aceptar toda la responsabilidad. Lucho contra la inmunidad de mis ojos que se acostumbran a la pobreza, a la tristeza y a las imagenes que deberían hacer saltar en mi toda la rabia.
Me cabreo con la naturaleza, por traernos desastres, me cabreo por la falta de recursos y capacidad de reacción de algunos gobiernos y me cabreo por la importencia de ver situaciones dolorosas de tanto reales. Me estoy volviendo inmune.
Veía las imágenes de un Haití destruído hace unos días, de un país que sufre y de gente que llora. Gente que, sin tener nada, sigue perdiendo mientras el resto observamos, cual voyeur morboso, desde el sofá.
Me cabreo conmigo misma porque con dcada imágen esta gente me da una lección que sigo sin aprender. Siguen sonriendo, siguen soñando y siguen adelante, a pesar de obstáculos prácticamente insalvables. Su fortaleza no tiene límites, ni su generosidad, ni su optimismo. Su sentido de disfrutar de la vida es envidiable.
Es duro pensar en la desigualdad que hay en el mundo e indignante comprobar como la teoría propugnada tras los objetivos de la creación de las Naciones Unidas no han dado verdaderos frutos. Se coopera con intereses escondidos, a cambio de algo. Las diferencias entre el Primer y el Tercer mundo son cada vez mayores, hay cerca de 500.000 ONGs en el mundo, miles de programas de cooperación y desarrollo, millones de voluntarios y gente solidaria....Sin embargo, sobre el terreno, siguen perdiendo los mismos.

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